En los años 90, el consumidor estaba expuesto principalmente a anuncios en televisión, radio y prensa. El bombardeo era fuerte, pero concentrado en momentos específicos como los cortes comerciales o los espectaculares en la calle.
Hoy, la publicidad está presente todo el día y en todos los dispositivos. Estudios recientes estiman que un adulto promedio recibe alrededor de 360 anuncios servidos por día, de los cuales apenas 150 a 155 son realmente notados, aunque en plataformas sociales como Facebook un usuario medio llega a ver más de 70 anuncios a la semana. Esta sensación de saturación se incrementa por el uso constante del smartphone y el scroll infinito, reforzado por algoritmos que personalizan cada estímulo y aumentan la frecuencia de impactos.
Este entorno ha moldeado a un consumidor impaciente: abandona un video si tarda más de dos segundos en cargar y rechaza sitios que no responden de inmediato. La multitarea se ha vuelto norma, con usuarios que pasan en promedio más de 13 horas al día consumiendo medios de manera simultánea. Este comportamiento fragmenta la atención, hace que las decisiones sean más rápidas pero también más superficiales y reduce la capacidad de memoria sostenida.
La selectividad también es evidente: el 68 % de los consumidores dedica una hora o menos para investigar antes de comprar, y el 9 % toma decisiones en menos de diez minutos. En un entorno digital, además, se ha comprobado que el tiempo de concentración frente a una pantalla ha caído de 2.5 minutos en 2004 a solo 47 segundos en la actualidad. Esta presión cognitiva provoca fatiga y sobrecarga, especialmente en jóvenes, quienes según estudios ven reducido su tiempo de reacción y precisión mental con cada hora adicional de exposición a pantallas.
Para las marcas, esto significa que la clave no es estar en todas partes, sino lograr relevancia en segundos. Es vital ofrecer velocidad en los procesos, mensajes claros, experiencias personalizadas y libres de fricciones. El consumidor actual está entrenado para filtrar, exigir inmediatez y decidir en cuestión de segundos. La competencia ya no está en quién aparece más veces, sino en quién logra ser inmediato, útil y auténtico en los pocos instantes de atención que concede.
Conclusión
El consumidor actual vive en un ecosistema de estímulos permanentes, donde cada instante está marcado por notificaciones, anuncios y mensajes que compiten por captar su mirada. Ha aprendido a filtrar de manera automática lo que no le interesa, a exigir rapidez en las respuestas y a tomar decisiones en cuestión de segundos.
Para las marcas, la competencia ya no está en quién impacta más veces, sino en quién logra ser relevante en el momento preciso, inmediato en la solución y útil en el valor entregado. Esta dinámica obliga a repensar las estrategias: no basta con aparecer, hay que hacerlo con pertinencia, claridad y empatía. Solo así se puede construir una relación sostenible en un entorno donde la atención es fugaz y el consumidor premia la inmediatez, pero también la autenticidad y la consistencia en el tiempo.